Mi premio del roscón del coronavirus (sí, fue el haba)

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Persona en cuarentena por covid y esclerosis múltiple

Muy buenas amigos de la EM, ¿cómo va la cosa?

Sé que ando mucho tiempo desaparecida, pero la vida a veces nos pide darnos un respiro.

En todos estos meses que he estado desaparecida del mapa, entre otra mudanza (que espero sea la última) y cosas de adultos que he tenido que realizar (pero dentro de la ley, no seáis mal pensados) también he tenido que ocuparme de lidiar con el Covid de las narices. 

Yo, que he estado encerrada en casa cual preso al que han tirado la llave de su celda por el barranco, caí víctima de este puñetero virus y sus mierdas.

Aunque se dice que hay quien pasa el Covid como si fuera un constipado, ese no es mi caso. Soy una diana con patas para el virus y me dio de pleno (tener un tamaño XL tampoco facilita el pasar desapercibida). No solamente estuve una semana tosiendo como si me fumara la vida cada media hora, a parte mis pulmones sonaban igual que cuando haces burbujas en la leche con una pajita, pero más chungo. Lo cual me garantizó un pase vip para la sala de urgencias y que las enfermeras y médicos me hicieran la exploración como si estuvieran desarticulando una bomba, les faltaba llevar manoplas de horno y una escafandra para terminar con el uniforme completo.

En realidad, no les culpo, yo no me hubiera tocado ni con un palo, pero claro ellos no tienen más remedio.

El resultado de todo esto, a parte de haberme hecho pis en el box que me asignaron porque no podía ir al baño, fue un ingreso con todos los gastos pagados y pensión completa a una habitación privada del hospital (para que después digan que desde que está el Covid no se puede salir a ningún lado). 

Por si no lo sabéis, el Covid es como un roscón de reyes, según la parte que te toque lleva premio o no, pues a mi me tocó el haba, ya os lo voy adelantando por si la duda os llevaba de cabeza. Ya que no me regalaron una estancia en el hospital en el sorteo del Covid, sino ¡dos!, (si, yo también me quedé perpleja con tanta suerte). Además de una caja sorpresa con inhaladores para disfrutarlos en la soledad de mi habitación con vistas al aparcamiento.

Si ya andaba cabreada con la humanidad por lo de que la gente se pasaba las restricciones por el arco del triunfo (de los negacionistas ni hablamos), desde que me contagié me he radicalizado al respecto porque eso de que tengas que ir a por tu bandeja cuando los del catering del hospital te tocan a la puerta al grito de “el desayuno” o “la comida” porque no entran en las habitaciones de los covidiosos, pues te hace un poco más exigente, quizá sea que yo soy del tipo raro o quizá sea que hay mucho gilipollas por metro cuadrado, llamémosle X.

La cuestión es que, cuando por fin me mandan a mi casa, con una voz que parecía que viniera de doblar a Marlon Brando en El Padrino o a Fanatoni de los Simpson (lo que más os apañe), con una ensalada de corticoides que acojonaron a la EM hasta decir basta y, como no, mis apreciados inhaladores, estaba yo para choped

Porque yo me esperaba encontrarme como si me hubiera atropellado un tren, con dolores hasta en el DNI, pero lo que no me esperaba es que, dos meses después, siga encontrándome en la situación de elegir entre andar y hablar porque ahora mismo, las dos cosas, son deporte de riesgo.

P.D. Si me cruzo con un negacionista y se identifica como tal, le toso, verás que pronto se le pasa la tontería.