Cuando a una persona le diagnostican una enfermedad crónica, el miedo es una emoción que se puede manifestar, sobre todo al inicio. Si a ese diagnóstico le sumas que sea poco frecuente, de origen desconocido y neurodegenerativa, el miedo es un sentimiento que se dispara, tanto en la persona diagnosticada como en su entorno. Es por esto que vamos a empezar a desmitificar y quitarle drama a ese sentimiento, así que ¿porqué es normal sentir miedo?
Empezaremos a explicar un poco en qué consiste el miedo, el miedo, en realidad es una respuesta adaptativa y primitiva que está en todos los seres vivos (o en casi todos). Inicialmente esta respuesta estaba dirigida a las cosas más primarias de la vida, como podía ser que un animal salvaje no te comiera o cuando te enfrentabas a una situación novedosa y desconocida, etc. El miedo existe desde que existe el mundo, no es nada extraordinario, es un mecanismo que tiene el cerebro para mantenernos con vida, al igual que lo es el hambre, la sed o la necesidad de aparearse. ¡Natural como la vida misma!
Ahora bien, que el miedo sea algo que está en nuestro ADN no significa que no haya que gestionarlo de alguna manera, así que vamos a ponernos manos a la obra.
Cuando nos diagnostican una enfermedad crónica, la EM en este caso, es normal y saludable pasar por una fase de emociones que son comunes en casi todos. Al inicio del diagnóstico suele darse una fase de negación y/o de duelo, en el que no dejamos de preguntarnos por qué a nosotros, incluso forzamos a nuestro cuerpo a seguir igual que antes, lo cual es contraproducente en el curso de la enfermedad, pero normal en nuestra condición de personas con mucha información nueva que asimilar. Esta fase suele durar entre 6 y 12 meses (cifras estimadas) ya que todo dependerá de la situación en la que nos encontremos. Si las pruebas médicas o los resultados de esta se alargan, pues la fase inicial también se puede alargar, por ejemplo; si el brote inicial tarda en remitir o deja secuelas, los tiempos también cambian. En resumidas cuentas, no es una ciencia exacta, pero no por ello hay que rendirse a esa sensación, es muy importante tomarse tiempo para asimilar la información que se nos está dando y encajarla de la mejor forma posible porque, siendo sinceros, casi nadie recibe este diagnostico y se queda como si nada. Por lo general existe una sensación de que la tierra se abre bajo nuestros pies, y es en ese momento cuando se comienza el proceso emocional que va asociado a un diagnóstico de este tipo, entre ellas el miedo.
Siempre se ha dicho y hemos oído que el miedo es libre y cada uno coge lo que quiere, en estos casos no es así, es muy difícil decir «hasta aquí es hasta donde voy a asumir de esta emoción», y no es por casualidad. Esta sensación de no poder gestionar el miedo viene dada por el desconocimiento de la información, la incertidumbre de la evolución, la obtención de pocas respuestas que seamos capaces de entender por parte de los profesionales sanitarios y mucha (muchísima) información contradictoria o poco veraz que encontramos por las redes sociales. Tampoco es que sea culpa nuestra el no tener la capacidad de asimilar la llegada de este diagnóstico a nuestras vidas, no somos médicos ni nada de eso, así que en nuestra cabeza se acumula toda esa información que nos aporta más preguntas que respuestas y con la que, de pronto te planteas cuestiones que nunca habías pensado como el ¿me quedaré en silla de ruedas?, ¿me voy a morir?, ¿podré tener hijos?, ¿me dejará mi pareja?…
Son preguntas normales, razonables y todas ellas fruto del miedo, los corticoides y lo reciente del diagnóstico.
Y como esto no es una ciencia exacta, las respuestas que obtengas están sujetas a una cláusula que se llama “en principio” y versa así: “… en principio no tienes porqué quedarte en silla de ruedas, en principio no te morirás por la enfermedad, en principio podrás tener hijos y en principio no debería dejarte tu pareja por tener EM”. Ahora vienen las matizaciones del “en principio”, a saber: el que termines necesitando silla de ruedas dependerá del tipo de EM, su progresión y la efectividad de los tratamientos, es decir, si el tipo de EM lo permite, los brotes se reducen, si la recuperación de estos es la adecuada y se lleva un estilo de vida saludable, evitando otras enfermedades como la obesidad, la hipertensión o la diabetes, las probabilidades de que necesites una silla de ruedas a largo plazo se reducen bastante (esto no es una ciencia exacta, así que dependerá de cada persona); en lo referente a morirse de EM, la enfermedad en sí no es mortal, la esperanza de vida es la misma que para cualquier otra persona, lo que sí se ha de tener en cuenta es el estilo de vida, si a la EM se le suman otras enfermedades crónicas como las que he mencionado antes, estas pueden condicionar el tiempo que estemos en este mundo. En lo referente a los hijos, si quieres formar una familia, en principio no deberías tener más problemas que los que pudiera tener cualquier otra persona, eso sí, si estás recibiendo tratamiento específico para la EM, debes hablarlo con tu neurólogo y así poder ver si este tratamiento es compatible o hay que dejarlo durante un tiempo para poder concebir. Hay que tener en cuenta una cuestión y es que, si se tiene una EM muy agresiva, quizá eso no sea posible, pero que no cunda el pánico, no hay que olvidar que en EM no hay dos casos iguales y es posible que te preocupe el no poder tener hijos y después tengas como para un equipo de fútbol, así que tranquilidad.
Y, por último, el “en principio” que menos depende de nosotros, el de quién se queda y quién se va. Oirás que “más vale solo que mal acompañado” y es muy cierto, pero no por ello menos doloroso. Las personas somos imperfectas, algunos hasta niveles insospechados, y por ello no siempre damos la respuesta más adecuada o la que los demás esperan de nosotros, por lo que, cabe la posibilidad de que haya gente que se esfume y esto incluiría a la pareja. También hay otro refrán que dice “tanta paz lleves como descanso dejas”, pero todos sabemos que no es tan sencillo. Dejar atrás una historia de vida por algo que nos hemos encontrado deja, más aún si cabe, una sensación de culpabilidad y resentimiento que solo puede tener un efecto contraproducente en tu estado actual.
Lo más sensato, que no quiere decir lo más sencillo, es centrarte en los que están, en hacerte de los recursos que te sean necesarios para aprender a vivir con tus nuevas circunstancias y mirar al miedo que trae consigo el diagnóstico con otros ojos.
Comienza una nueva vida, con nuevas prioridades, nuevos objetivos y nuevas incertidumbres. No es un camino fácil, cuesta mucho encontrar el sendero en el que te encuentres a gusto con quién eres ahora, pero cuando eso sucede, vuelve a salir el sol.
Saludos, amigas/os de este subgrupo de seres humanos y allegados. ¿Cómo estamos sobreviviendo al COVID-19?
He de decir que yo bien, no me está resultando una agonía insoportable más allá de no poder sacar la perro con tanta infraestructura que la pobre Lola se queda durmiendo esperando.
A parte de ir por la calle como si fuera a operar al contenedor del reciclaje, la única pega que le estoy encontrando al confinamiento es el no poder ir al fisioterapeuta, por lo demás, me hacía falta una buena cuarentena para reducir mis niveles de estrés a la mínima expresión, lo que ya no me parece justo es que tenga que pasar por ella todo el mundo (literalmente), ha sido un poco excesivo, la verdad.
Como cualquier esclerótica que se precie, la llegada de esta pandemia me ha convertido en una diana con patas, o esa es mi sensación. No sé si a vosotros también os pasa pero cuando saco a Lola (que es lo poco que salgo a la calle), cuando veo venir a alguien por la calle no se me viene a la cabeza si será alguien normal o no, sino que me quedo mirando a ver si tose, o si lleva mascarilla, o si se cruza de calle… cualquier indicador que me asegure que no me va a contagiar ni la risa. Vamos, que estoy a medio minuto de llevar un táser para inmovilizar a cualquier incauto/a que no respete la distancia de seguridad.
Reconozco que todo esto es una paranoia de inmunosuprimida, no es que tenga que estar todo el mundo igual, a ver, supongo que habrá escleróticos más juiciosos y menos estrambóticos que yo (aunque yo no los conozca). Pero claro, la cosa es de película de terror en condiciones normales, así que con el sistema inmunológico venido abajo, pues es parecido a la saga de Viernes 13 (con su máscara y todo) el loco puede aparecer detrás de cualquier esquina.
La cosa estaba claro que iba para largo, porque pintaba mal desde el principio, casi igual de mal que la restauración aquella tan famosa del Ecce Hommo, por lo que me pilla un poco a contra pie que la gente se vea tan sorprendida, total, solo les piden que se queden en su casa, con sus familias y que llegue el final de la cuarentena y aún se sigan queriendo, no es nada que ningún esclerótico profesional no haya pasado en algún momento de su vida, así que ¿a qué viene tanto drama?
Pero bueno, no vamos a entrar en aquellas cosas para las que ya tenemos el culo pelado los enfermos crónicos y que los pobres de la población normal no saben gestionar, eso da para otra entrada, y si me apuras para un libro.
¡Hola! Me llamo Ángela, tengo 43 años y soy paraciclista.
Estoy diagnosticada de fibromialgia severa, estenosis de canal lumbar con estrangulamiento medular y daño en raíces nerviosas de piernas, lo que ha derivado en una neuropatía, dolor pélvico crónico y vejiga hiperactiva y neurogena, lo que conlleva un dolor crónico las 24h, ¡todo un regalo!
Tengo tres hijos, dos chicas de 23 y 11 años y un chico de 19. Mi hijo fue diagnosticado de Síndrome de Tourette a los 9 años, enfermedad neurobiológica genética de las consideradas raras o poco frecuentes y mi hija la mayor tiene Trastorno Límite de personalidad, habiendo tenido mas de 15 intentos de suicidio.
Junto a mi marido arrancamos hace 4 años un movimiento solidario a través del ciclismo para la difusión, concienciación y recaudación de fondos del Síndrome de Tourette, los cuales se ingresan íntegros en la investigación genética que realiza desde Lisboa el equipo del Dr. Tiago Maia.
Yo era ciclista “normal”, pero debido a mis problemas en piernas y espalda, mis especialistas me dieron orden de dejar este deporte, que era mi única vía de despejar mi mente, luchar contra el dolor crónico y pelear por la enfermedad rara de mi hijo, por lo que decidí pasar al ciclismo adaptado y seguir sintiéndome VIVA sentada en mi handbike.
Hace 2 años fundamos el Club Ciclista Pedaladas por el Tourette, con amigos ciclistas que se unieron desinteresadamente a nuestra lucha y con los que hemos formado una familia.
El ciclismo adaptado NO me ayuda con el dolor crónico, pero emocionalmente me libera tanto la mente que eso ha evitado que esté ya sumida en una depresión.
No es nada fácil un día a día de dolor intenso, de caminar sin más, a pasar a las muletas y ya a la silla de ruedas en ocasiones y a su vez, enfrentarme a la enfermedad rara de mi hijo y a una enfermedad mental de mi hija mayor, mientras la pequeña crece, por lo que salir a entrenar y afrontar retos ciclistas con mi gente, me evade de esa realidad, aunque posteriormente a eso el dolor de triplique. Esa felicidad mental AYUDA.
Mi marido es mi cuidador, sin él nada de lo que hago sería posible, especialmente por su apoyo en el día a día y estando a mi lado en los retos.
El año pasado fuimos el primer club ciclista con la primera mujer paraciclista en cruzar meta en la Orbea Monegros 2019 (83 km en el desierto de Sariñena-Huesca) y este año, haremos lo mismo en el Desafío Canal de Castilla (163 km) SIEMPRE difundiendo el Síndrome de Tourette.
Todos/as los que padecemos enfermedades crónicas y/o degenerativas, cruzamos nuestras propias metas cada día solo con levantarnos y afrontar un día mas.
Mi lema es “Ni retirada, ni rendición”. Y cuando mi mente y físico decaen, recuerdo los síntomas a los que se enfrentan mis hijos cada día y la lección que siempre he querido darles, de no rendirse NUNCA ante un diagnóstico.
Mis redes sociales
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Hola a todos. Soy Jessica Martínez, una asturiana de 34 años. Soy auxiliar de enfermería y diagnosticada de Esclerosis Múltiple desde 2016. Este año he publicado un libro, My esclerosis múltiple y yo, donde cuento mi experiencia con la enfermedad y cómo aprendí a vivir con ella. Aunque hoy, vengo a compartir con todos los que me estáis leyendo, algunos de los consejos que me hubiera gustado que me dieran junto con el diagnóstico. ¡Allá vamos!
¿Que qué me hubiera gustado que me dijeran al principio? Pues, más bien, yo me preguntaría… ¿qué me hubiera gustado que NO me dijeran…? Esas 3 palabras que se te quedan grabadas en la memoria de por vida… “tienes Esclerosis Múltiple”. Y mientras, mi cerebro (que ya era 100 % sabido que no iba a la velocidad adecuada de procesamiento) en blanco… aunque parezca mentira, mi mente se quedó en off, era incapaz de comprender lo que mi neuróloga me estaba retransmitiendo; unos minutos angustiosos en los que, no pude vocalizar palabra, ni siquiera, sentir el dolor y la rabia que después tendría que sufrir en carne propia.
Tu neurólogo te explica qué es la enfermedad, cómo van a “intentar” atajarla (que no curarla porque no tiene cura), en qué consisten los brotes, cómo paliarlos (con corticoides) y cómo reconocerlos… etc., etc. La gente en cuanto llegas a casa, te dan clases teóricas (a su forma de ver) de qué es bueno y qué no, qué haces bien o mal… y algún que otro remedio casero que oyeron a “Fulanita de tal”, “ a la hija de Menganita que también tiene esa enfermedad de los huesos”. Ja, ja, ja. Esto ahora me hace reír, pero cuando empecé, escuchar eso me repateaba, me dolía, porque ni siquiera sabían de qué enfermedad estaban hablando… ¿de los huesos? Por favor… si no se sabe, mejor callar y no incordiar a los que tenemos que pasar por un diagnóstico así, que bastante tenemos para nosotros ya… (todo esto ahora lo veo de otra manera… ahora veo que lo único que intentaban era poder ayudar, poder animarme… pero en aquellos momentos era imposible).
Pero absolutamente nadie te dice cómo vas a terminar, cuánto te va a degradar la EM o tal vez, si tendrás opción a estar “bien” (dentro de lo que cabe) el mayor tiempo posible… Nada… eso te queda a tu imaginación, y es ahí, donde si aflora el positivismo (que al principio es difícil) pues puedes vivir un poco tranquilo sin estar pensando continuamente que al día siguiente puede que te quedes en una silla de ruedas; pero si no lo logras y, por el contrario eres pesimista (que yo lo fui) es cuando crees que se te ha terminado la vida, te ves en un pozo tan profundo, en el que no puedes avistar ni una ráfaga de luz… ¿Lo habéis sentido verdad? Pues, ese es el momento, en el que hay que decidirse a pedir ayuda de un profesional, es necesario ir a un psicólogo (que no loquero).
Podría seguir escribiendo muchas más cosas, pero creo que ya me estoy excediendo demasiado… Je, je (pero si quedáis contentos y os gustan mis palabras… puede que @sclerostar me permita seguir colaborando en Diario de una Esclerótica de vez en cuando.
Solo deciros que se puede llegar a estar “bien” aunque tengamos que cargar con esta enfermedad, pero se puede ser FELIZ… YO SOY FELIZ aunque los que estéis empezando no lo podáis creer… (yo tampoco lo creía en mis comienzos).
La Esclerosis Múltiple me quitó vida, pero también me la dio… me hizo ver que los “momentos” están para vivirlos y disfrutarlos, sin dejar pasar el mínimo atisbo de felicidad… Transformó mi rabia y mi dolor en querer VIVIR, en querer ser FELIZ, siempre con ese miedo que “ella” reflecta en mí, pero aprovechando cada segundo que me encuentro “bien”. Hizo de mí una persona reformada, haciéndome ver que yo misma soy lo más importante; vivo y lucho por VIVIR… Y QUIERO VIVIR…